“El estudio vive de las palabras y en las palabras. Te gustan las palabras. También la primavera, claro. Y las sonrisas, lo mejor son las sonrisas. Pero las palabras te obsesionan. Profesas un oficio de palabras. Tienes que estar atento a las palabras, darles vueltas y más vueltas, oírlas, mirarlas, dibujarlas sobre el papel, llevártelas a la boca, paladearlas, su densidad, su multiplicidad, sus relaciones, su fuerza. Tienes que tratarlas con cariño, con delicadeza, aunque a veces sea un cariño violento, una delicadeza despiadada.”
Jorge Larrosa
El miércoles 25 de septiembre el Plan Provincial de Lectura y los docentes de nivel inicial y primer grado compartieron el tercer taller, esta vez alrededor de libros álbum, ilustrados y pop up. El encuentro, enmarcado en el trayecto de formación “La densidad de las palabras”, buscó generar un espacio de reflexión en torno a las posibilidades de lectura de los libros con imágenes, explorar la diversidad de propuestas pictóricas e icónicas en las producciones literarias para niños y ampliar las disponibilidades lectoras de los asistentes frente a textos icónicos. La lectura de El libro negro de los colores, Emigrantes, Oh, los colores, Hermosa soledad, Agendas monstruosas, Aguacero, entre otros, desembocó en la producción de diversas textualidades por parte de los talleristas.
La selección de los textos leídos se realizó en base a los desafíos estéticos de los libros: el trabajo con paletas monocromáticas, con la textura y el color, la presencia de ilustraciones figurativas y abstractas y de fotomontaje. Aunque en el aspecto teórico se buscó la construcción de herramientas que permitan diferenciar libros ilustrados de otras propuestas, todos los textos invitaron a los asistentes a enfrentarse a un discurso literario que se vincula estrechamente con otros lenguajes como los de la pintura, el cine y la escultura.
Y, si bien la lectura (incluso entendiéndola como la posibilidad de decodificación del código escrito) implica la destreza de mirar, en el taller el observar atentamente se convirtió en el primer escalón para una experiencia sensitiva. Allí, ojos, voces y cuerpos se encontraron para disfrutar, reinventar, crear a través de la palabra y la imagen.
Del sueño a la poesía
La literatura infantil y juvenil propicia en los lectores la posibilidad de volver la mirada sobre uno mismo, como sujeto lector, y sobre el mundo. El libro álbum, específicamente, exige un trabajo minucioso sobre la observación que de ningún modo se lleva a cabo de forma pasiva: planos, ángulos, colores, formatos, todo está allí para que los lectores construyan sentidos. Ahora bien, así como cuando los niños empiezan a interactuar y conocer el mundo, a explorar sonidos y nuevos gustos, a tocar diferentes superficies, la literatura también lleva a los lectores a aprehender universos a partir de los sentidos: emprender un recorrido zigzagueante entre el texto y la imagen; que comienza en la mirada y atraviesa manos curiosas de texturas; se detiene en voces de otros niños, de lobos feroces y brujas; reproduce el olor del hogar que de momento se hizo lejano y el del gusto a pastel en la casa de la abuela. Leer, así, es sumergirse en una experiencia estética en el lenguaje y en el cuerpo.
Los versos de Silvio Rodríguez (un poema que también es melodía, que se lee y se oye al mismo tiempo) fueron el desafío de los talleristas para crear sus propias textualidades: “Un mundo de contrahechos/se esparce en la cartulina,/bordado con punta fina/como los pelos del pecho./País en que los deshechos/son amados todavía,/es la comarca sombría/ donde la luz se perdona,/porque allí van las personas/del sueño a la poesía.” Divididos en grupos, algunos de ellos con lápices negros, otros con variedades de colores o con papeles de diarios, transformaron letra y melodía en sus propias textualidades.
El ir y venir del texto a un libro de cartulina, del sueño a crayones y papel glasé, de las imágenes a un mar de papel fue el resultado de una lectura inquieta. Allí, como sugiere Jorge Larrosa, las palabras están para darlas vueltas, con delicadeza o despiadadamente, dibujarlas, llevarlas a la boca hasta descubrir su densidad, su multiplicidad, su fuerza. Allí, las palabras pueden convertirse en primavera.
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